O estadista

Esta semana hace un año que comenzó mi último viaje, Brasil. Las personas, anécdotas e historias que se cruzaron con nosotros en los tres meses que estuve en Sudamérica se cuentan por centenares. De entre ellas hoy rescato a una muy especial, “o estadista”.

Música para el post (haz click y mientras escuchas, sigue leyendo):

De entre todas ellas, una se me cruza en la mente, se choca conmigo y me sonríe desde la sorda distancia.

A o estadista nos lo cruzamos por primera vez en un barco que un par de veces por semana desciende el final del Amazonas haciendo el trayecto Manaos – Belem (unos 1500km de lento descenso) y que tarda más o menos 5 días en completar el trayecto.

El Cisne Branco, como se llamaba el barco, no tenía camarotes, pero tenía un baño para cada 100 personas y el riesgo de robos era más que evidente, con sólo 4 enchufes en cada una de las dos cubiertas y un bar inhabitable en la superior hasta que el sol decidiera esconderse. Pese a todo esto, me pareció inusualmente acogedor y extraordinariamente reconfortante, seguramente pensaréis que estoy exagerando, pero en él encontré un estado de paz que no se encuentra fácilmente. Aunque en un principio a Ella y al viajero y escritor Javier Reverte (El río de la desolación), no les pareció lo mismo.

En el barco el tiempo se pasaba entre ensoñaciones en la hamaca, libros y conversaciones con los improvisados compañeros que te encontrabas en los continuos paseos. En uno de esos paseos me asaltó un personaje menudo y saltarín, ajado, brasilero, de mirada profunda y pelo blanco. – e vôce espanhol? – Sim dije yo. Y tras afirmar, me cogió del brazo, andamos unos metros y me presentó al otro español (además de nosotros dos) que había en el barco. Nos introdujo y conforme vio que nos dábamos la mano e intercambiabamos palabras en perfeito castellano, con una sonrisa bendijo el encuentro y nos subimos a la cubierta superior a darle a la sin hueso.

El engranaje del mundo poco le importaba a nuestro amigo brasilero, tampoco le importaba si mucho o poco dinero, a él lo que le importaba era que la gente de su amadísimo Brasil fuera libre, feliz y no tuviera que pasar hambre. Nos habló largo y tendido del golpe de estado militar del 64, de la falta de libertad, las torturas y persecuciones, recordando con ira el apoyo que dio Estados Unidos a todo aquéllo. De cómo eso había generado en él el efecto contrario, se enorgullecía de haber aprendido más leyendo libros que en su maltrecha escuela, se llenaba hablando de la post-dictadura, hablaba de los diferentes gobiernos locales, se emocionaba hablando de las grandes contribuciones al mundo realizadas por compatriotas suyos en música; arquitectura; deporte; política. Acababa a menudo hablando del bienestar individual, el de las personas, y hablaba de su engraçada (divertida) mulher que lo esperaba en casa. Se creía responsable de hacernos llegar correctamente el mensaje de su vida, porque se sentía que estaba mostrando el trabajo de otros muchos, una herencia.

En otro momento, enfadado por una discusión con alguien de la tripulación, algo atolondrado me agarró el brazo y me dijo, en Brasil no hay nada salvo “futebol, religião e telenovelas“, es cierto y actúa como una pastilla de conformismo de dosis diaria. Denunciaba la mediocridad de la sociedad actual Brasileña, lo poco valorado que estaban los servicios públicos -que tanto había costado conseguir a su generación-, cómo la gente erigía referentes de pies de barro y cómo la mayoría de la gente pasaba sus días pegados al televisor viendo “Avenida Brasil” o adorando futbolistas o actores encefalograma plano.

Me preguntó por un líder, un referente y yo le devolví la pregunta, no dudo ni un segundo. Raul Seixas. Se indignó cuando reconocimos no haber escuchado ese nombre en nuestra la vida y se tranquilizó al comprobar que cuando Raul murió yo tenía 6 años. Nos exhortó a conocerlo, quería compartir con nosotros lo que a él tanto le había provocado. Me dijo que era el padre de la música rock brasileña, pero más que un padre estilo Caetano, era más bien un Dylan.

En uno de esos días en el barco, en medio de una conversación le dije que lo que decía  era un razonamiento comunista, me replicó al instante, él no era comunista, “eu sou estadista”. Un tipo de Estado.

 

Estas semanas, tras ver en los periódicos y sobretodo en facebook y en twitter la naturaleza de las protestas que está habiendo en todo Brasil, creo que mi querido compañero de viaje, o estadista, estará sonriendo dondequiera que esté.

Un saludo amigo.

 

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