Viajes en 2005

Aunque había visitado muchos países antes, no fue hasta 2005 cuando comencé a viajar.

En las fallas de ese mismo año, en la abarrotada Plaza del Carmen tomábamos kalimotxos con mora. Sin pensarlo más de 5 minutos, decidí acompañar a mi amiga Silvia a un viaje a Dublin durante el verano, allí encontraríamos trabajo y aprenderíamos mucho inglés. Esa era nuestro sueño. La realidad que íbamos a vivir era inimiagible para mi y mis 21 añitos. Me iba para 2 meses y acabé 5, llegando un mes y medio tarde al comienzo de las clases universitarias. En Dublín saboreé la distancia, lo amargo y lo dulce. Encontré trabajo y conseguí alcanzar unas metas, sencillas en tu país pero a veces complicadas en el extranjero: tener una cuenta en el ahora -2011- rescatado Bank of Ireland, firmar contratos de alquiler, tener un contrato laboral, mi primera nómina la obtuve en Irlanda, envíos de dinero internacionales y alguna que otra discusión con los jefes esto-a-un-irlandés-no-se-lo-haces-hacer.

Entre tanto la conocí a ella, en la cocina de un albergue de nombre de varón, Isaac’s. Yo cocinaba una tortilla, un grupo me preguntó si conocía algún after. Mi respuesta fue algo seca, “creo que te has equivocado de país buscando afters“. En cualquier caso, ella acompañaba a la chica que lanzó la pregunta, días después me volví a cruzar con ella en la calle que va a dar al Trinity College. Días después aparecería en una fiesta de un amigo común (Aitor) y pronto en la fiesta de inauguración de mi piso. Una conversación siguió a la otra y mientras una levísima tela de araña se tejía invisible, conocí a una persona como nunca antes habías conocido. Echando la vista atrás la teoría del caos parece tomar  vigencia, nunca serás capaz de predecir las consecuencias de cada pequeña decisión que tomas.

La distancia es un condimento que da a la vida un matiz bucólico.

Recuerdo que decíamos “como Irlanda es una isla, es muy barato viajar en avión”. Un año después comprenderíamos lo que era una compañía low-cost, la historia de la isla era más romántica y menos capitalista. En cualquier caso, me habilitó viajar a Escocia para conocer el festival de Edimburgh, varias veces a Londres y una a París -mi primera vez-, donde me encontré, por sorpresa para ellos, con mis padres. Aun recuerdo la cara de mi padre y el cariñoso “què fill de puta” con el que me recibió.

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