El motivo de la existencia

Todo el mundo debe plantearse, al menos una vez, el motivo de nuestra existencia sobre este mundo. No corramos el riesgo de dejar que nuestras células, nazcan, se reproduzcan y desaparezcan sin haberlo hecho, al menos una vez.

Como el servidor que escribe estas líneas duda de su capacidad de mantener la coherencia  durante el transcurso del post, voy a intentar dar ciertos rodeos sobre el tema en cuestión para facilitar el devenir del mensaje. 

Esta claro que la aproximación que planteo parece un poco osada, así, disparada a bocajarro desde un blog perdido de la mano de la red. Más aún cuando sé que los pocos que leen estas líneas lo hacen recostados sobre una cómoda silla con cinco o seis más pestañas abiertas al mismo tiempo, o desde el móvil mientras esperan al transporte público que los lleva o los devuelve del trabajo1.  En definitiva, y primera conclusión, no parece trivial encontrar un buen momento para reflexionar sobre el paraqué vital.

1 La sensación de compartir espacio con otras pestañas me inquieta, ¿con quién tendré el placer de compartir sesión? Tengo alma de virus javascript.

Mario, nunca ha pensado en su praxis vital. Desde un punto de vista aséptico podríamos decir que se limita a vivir y a adornar su vida con circustancias que le producen satisfacción más o menos transitoria. Mario va al cine, al fútbol, lee libros de aventuras y trabaja 8 horas al día. Mario conoció hace años a María con la que comparte el camino de su vida. Cuando pregunto a Mario y a María por el motivo de su existencia, se miran, sonríen y sus miradas señalan a su retoño Mario. El camino que los dos tejen a diario con esfuerzo tiene como meta la consecución del pequeño Mario en una persona como sus padres, con educación, estudios, viajes y a ser posible más comodidades.

La confusión de nuestro quehacer con la preservación de nuestra especie o con la continuación de nuestro linaje me aturde. No sé si estoy viendo un documental de la 2, o preguntando a unos conocidos. Mario y María no han sido conscientes en ningún momento de que su para-qué. Tampoco se lo planteó la leona que lamía a su cachorro con el único ánimo de que un dia se convierta en leona como ella. Si esta situación se vuelve inconsciente se la conoce como instinto paternal. Abominable término que les hace más protagonistas si cabe del documental de la 2 que decía.

Mario está enfadado, no le ha gustado donde he llevado la conversación, me ha espetado varias preguntas que no sé responder con certeza. Yo no estoy en su posición, desconozco el lazo que le une con el bebé, efectivamente, tampoco sé “qué coño” hacer con mi vida. Llegados a este punto no se muy bien por donde continuar, intento evitar la confrontación personal. Soy ejemplo de nada.

Un pensamiento me da vueltas en la cabeza, pero no lo puedo consolidar mientras Mario esté tenso delante de mi. El éxito de la misión de Mario/a consiste en que el éxito de la misión del pequeño Mario sea exactamente el mismo que el suyo. Es decir que nada cambie si no es necesario. Todo parece indicar que nos encontramos ante el mayor esfuerzo inconsciente por la perpetuidad de la especie. Pero creo que no dejaría asombrado Darwin.

Paco y Paca comentan las noticias del telediario en voz alta. Contrastan varios telediarios a la vez y contraponen su ideario y su experiencia a la narración que sale del televisor. Me hacen partícipe activo de la conversación escrutándome con la mirada en busca de mi aprobación. Cuando no la ven clara, me hacen preguntas hasta que consigo construir un conato de argumentación y disparo seis o siete frases seguidas. Es extraño, no me siento incómodo, aunque estoy al límite. Me escuchan y replican muy inteligentemente sin dejar un segundo de silencio. No sé si son extremadamente inteligentes, o es que ya han pasado por esta conversación en otras ocasiones, al fin y al cabo, si la miras durante un tiempo suficientemente prolongado puedes afirmar que la tele siempre dice lo mismo.

En cuanto uno de los dos se levanta a por el café, aprovecho ese segundo de silencio y hago la pregunta, “y vosotros, qué pensáis que hemos venido a hacer a este mundo”.  Él de pie, inmovil, con una bandeja entre las manos. Ella sentada frente a mi, clavándome en la silla con la mirada. Yo, crucificado a la silla, absolutamente inmóvil. No sé cuánto tiempo ha pasado, gracias al silencio, he descubierto un insoportable reloj de péndulo y una caldera en mal estado. En esta casa no suele haber silencios. Ella se arranca y dice “nuestro legado…” pero se queda callada y matiza, “yo creo que estoy aquí para los que me rodean estén un poco mejor”. Esta frase ya la había oído otras veces, pero, ¿alguien te ha pedido ayuda? le contesté groseramente, es cierto. La frase, no era retórica. No son retóricas, pero no se contestan. Esas frases.

Paco, que ya ha dejado la bandeja encima de la mesa pero todavía sigue en pie, me quiere contar una historia de cierta persona que cambio el mundo para bien a través del esfuerzo y dedicación. Cita varias frases que enarbolan su argumentación y que por cierto, ya había oído anteriormente y finaliza con un recorrido histórico de personajes que cambiaron el mundo: Platón y su capacidad de reflexión. Gandhi y su consideración de la paz.  Los fuerza inventiva de Edison, la capacidad de superación de Einstein. Cuando acaba la exposición, mi mirada sigue inquisitiva, Paco no me ha respondido a la pregunta. Inteligente como pocos, se da cuenta y sin que yo tenga que decir nada, termina con “cada uno de ellos fue libre de elegir qué hacer con su vida, lo que vino después conforma su legado, cada uno ha de buscar su posición en el mundo para conformar su legado”. Le pregunto sobra la relación entre legado y éxito. Y me dice que el éxito reconocido es lo que queda en el tiempo, “triste, pero indudablemente cierto” matiza. Dejo por imposible buscar una contestación a la pregunta original. Como no he tenido éxito, no legaré esta entrevista.

Juan vive solo. Cuando le hago la pregunta, se queda en silencio, meditando. Yo no me siento cómodo forzando a la gente a meditar en público y como los silencios me producen taquicardia, me dispongo a romperlo contándole la argumentación de Paco como si fuera mia, “Juan, cada uno puede cambiar el mundo si trabaja duro y es fiel a sus principios”. Juan, se ríe, y vuelve con su manida teoría de la hiper-saturación-de-información = contaminación. Tenemos tanta información a nuestro alcance que cada vez es más difícil encontrar la información buena. La verdad es que caigo, me gusta mucho este tema, así que aparco el motivo principal para refutarle diciendo que los sistemas de búsqueda de información son cada vez más sensibles a la calidad de la misma. Juan, no tolera mi argumento, me interrumpe, se pone en pie y sentencia, “una máquina jamás podrá discernir si un texto es sublime o es un atropello literario, usad esas máquinas para encontrar manuales de instrucciones pero no para encontrar la verdad de las cosas”. Su argumentación me deja frío. Me siento vencido dialéctica e idiológicamente, no encuentro contraargumento, así que vuelvo a la pregunta inicial. “Juan, ¿para qué estamos en el mundo?”. Juan contesta lentamente, “cada uno tiene que encontrar su propia meta”, “cada uno puede tener una o cien metas, de corto o de largo recorrido”. ¿Y de la naturaleza de la meta? le pregunto. “Cada meta es una reflexión personal, es una minuta intransferible de la que solo estamos en deuda con nosotros mismos”. Ahora comprendo por qué Juan vive solo.

 

Mario/a con su instinto de supervivencia.
Paco con la idea de que el trabajo diario lleva al éxito reconocible.
Paca con la perspectiva de que estamos aquí para ayudar a los demás.
Juan aplicando una visión íntima de la necesidad y del resultado de sus actos.

Distintas perspectivas. ¿cuál es la tuya?

 

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